Los lixiviados consisten en una mezcla de aguas superficiales percoladas a través de los suelos o compuestos sólidos, junto con el líquido derivado de la biodegradación de los residuos orgánicos y de los inherentes a los residuos enterrados (Franco et al., 2024). Su composición esencial es materia orgánica disuelta en conjunto con sales, iones de metales pesados y otros compuestos como alifáticos clorados y pesticidas (Teng et al.,2021).

Las afectaciones de estos líquidos son variadas como, por ejemplo, la destrucción del medioambiente y ecosistemas circundantes, afectación a fuentes de agua en superficie y subterráneas, cambio en el pH del suelo y, por lo tanto, su respectiva biótica (Yang et al.,2019).

La edad del sitio de disposición final por enterramiento determina la composición y propiedades de los lixiviados. Si el sitio tiene menos de 5 años es un líquido altamente biodegradable, compuesto principalmente por materia orgánica hidrófila de bajo peso molecular y un pH ácido, mientras que aquellos sitios con 10 o más años contienen lixiviados de muy difícil biodegradación, con alto contenido de metales pesados, aunque de fácil reducción debido a que pierden solubilidad, puesto que ahora el pH es básico (Miao et al., 2019).

El tratamiento de estos líquidos se hace en procesos de alto costo económico y técnico, que llevados a escala nacional se convierte en un desafío enorme para muchas municipalidades, dificultando aún más la reducción y mitigación de estos si se sigue manteniendo el modelo actual lineal, donde se pretende atacar únicamente a la disposición final (Solíz et al. 2020). Cuantificar este contaminante ayudaría a dimensionar los posibles efectos en los territorios, sin embargo, son muy pocos los municipios que cuentan con sistemas de medición de lixiviados derivados de sus procesos de gestión integral de residuos.